LOS PROGRAMAS DE GOBIERNO, UNA DE LAS GRANDES AUSENCIAS EN LAS ELECCIONES BRASILEÑAS

Telam SE

El próximo domingo tendrán lugar las elecciones presidenciales en Brasil, país de suma influencia y relevancia en la región latinoamericana. Reflejo de la alta polarización política y social que irrumpió en 2013, la contienda electoral se reduce a dos líderes mayoritarios, amados y odiados en casi iguales proporciones, el actual presidente Jair Bolsonaro, y el exmandatario Luis Inacio Lula De Silva, y la única certeza en relación a los comicios es, sin dudas, una gran incertidumbre.

Si bien las últimas encuestas realizadas por Datafolha estiman un 45% de intención de voto para Lula, resaltando incluso las chances de su posible victoria en primera vuelta, y un 33% para Bolsonaro, la realidad es que en el último mes, los sondeos arrojaron márgenes de diferencia oscilantes, con continuas alzas y caídas entre uno y otro candidato. De hecho, la mejora de los indicadores económicos en términos de empleo, inflación y ayudas sociales han permitido a Bolsonaro achicar la ventaja registrada por Lula.

El escenario está abierto y cualquier resultado es posible. En efecto, es posible mencionar que dicha situación se acerca a una suerte de «empate hegemónico», retomando la célebre definición de Juan Carlos Portantiero, entre fuerzas capaces de vetar los proyectos de las otras, pero sin los recursos suficientes para imponer, de manera perdurable, los propios. Continuando con las ideas de dicho autor, sobrevuela la incapacidad para construir alguna forma de dominación legítima sobre una sociedad progresiva y dramáticamente desintegrada en círculos de fuego.

En otro orden de incertidumbres en relación a los comicios, cabe destacar las referidas al orden institucional. Por un lado, se registra un inédito clima de tensión y violencia política en la ciudadanía que aumenta la probabilidad de que la abstención en la participación de los comicios sea mayor que otros años. Por otro lado, subyace el riesgo del quiebre político institucional y el no reconocimiento de los resultados electorales en caso de que no sean favorables a Bolsonaro.

En efecto, no son nuevas las ya reiteradas declaraciones del mandatario en contra del Tribunal Supremo Electoral y las denuncias de fraude electoral en su contra, una suerte de emulación de la estrategia trumpista por la cual sobrevuelan los temores de un «efecto capitolio».

Por último, qué esperar de cada candidato en términos de propuestas de gobierno resulta sino incierto, al menos poco claro. Los programas de gobierno han sido una de las grandes ausencias de esta contienda. Ambos candidatos han dirigido sus esfuerzos a desacreditar y remarcar las falencias de gestión de su contrincante. Ésta ha sido en mayor medida la estrategia adoptada por Bolsonaro, quien alude a la lucha del «bien contra el mal» y recurre desde su anterior campaña a las redes sociales por las cuales se disemina una gran cantidad de desinformación y fakes news.

A su vez, se han dedicado a poner en valor los logros pasados como una suerte de voto de confianza hacia el futuro en función de un pasado mejor o peor. Esta ha sido la apuesta de Lula, quien rememora los primeros gobiernos progresistas incluso desde la propuesta de la fórmula presidencial, al sumar a Geraldo Alckmin, emulando la elección de José Alencar como compañero en 2002, símbolo de moderación de sus propuestas para calmar al mercado. Sin embargo, la reivindicación de estrategias pasadas no asegura por sí misma su éxito en un contexto interno e internacional que difiere totalmente de la época dorada del progresismo. Lo mismo corre para la relación con Argentina y la región. Si bien puede esperarse, en caso de una victoria de Lula, un giro y un retorno activo hacia el sur, es necesario considerar no sólo los límites de un contexto internacional restrictivo en la re vinculación, sino también del regional, el cual se caracteriza por un deterioro del comercio intrarregional como consecuencia de los modelos de desarrollo extractivistas y la reprimarización de la economía.

 

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